Puro curanto

¿Comerías un plato que se cocina, literalmente, bajo tierra?

Yo, sin dudarlo, sí.

Acceso a Colonia Suiza.

Será que ese peculiar modo de preparación despertó mi curiosidad, ya de por si insaciable, o por las numerosas recomendaciones de amigos que relataban de una forma muy apasionada su experiencia, pero desde mi primer viaje a Bariloche, visitar la pequeña y pintoresca localidad de Colonia Suiza y probar su tradicional curanto se convirtió en una meta.

La palabra curanto viene del mapuche «curantu» y significa literalmente «piedras al sol» y, por extensión, «piedras calientes». Una comida tradicional de la región araucana que introdujo desde Chile la familia Goye. Ellos fueron los primeros pobladores europeos en la zona alrededor del 1900 y , con el tiempo, el peculiar estilo de Colonia Suiza convirtió a este pueblo en patrimonio histórico y un importante polo turístico. El curanto es una atracción para los miles de visitantes que cada miércoles y domingo acuden a probar este manjar y, de paso, recorrer los diferentes puestos de artesanía que decoran de la forma más variopinta posible este minúsculo centro urbano.

Preparación del curanto en Colonia Suiza.

El ritual es milenario y los cocineros, aunque jóvenes, se lo saben al dedillo. En un pequeño puesto de hormigón preparar el hoyo con las piedras calientes que permitirán la cocción, después las tapan con mantas que, capa a capa, aislan a los alimentos de cualquier contaminación con la tierra o la ceniza que tendrán solo unos centímetros más arriba. En medio, varios tipos de carne -ternera, cerdo, pollo, chorizo, morcilla, …-, también vegetales -batata, patata, zanahoria, …- y diferentes hierbas que, junto al aumado de horas a fuego lento, le aportan un sabor único a este calórico plato. Sobre la comida, más mantas e infinitas paladas de tierra que dos hombres fornidos se encargan de colocar. Si mi abuela lo viese, seguramente se echaría las manos a la cabeza, pero aquí, en este recóndito paraje de la Patagonia argentina, es algo totalmente normal.

Por delante quedan tres largas horas de preparación que puedes aprovechar para conocer el pueblo, acercarte a la ventosa orilla del Lago Moreno, pasear por sus calles de tierra con el firme completamente alisado por el tráfico constante de autobuses turísticos y coches, o charlar con artesanos y lugareños. Yo lo hice en otoño y los tonos cobre y tierra decoraban de una forma increíble el paisaje.

Pasadas las 13 horas, una campana anuncia en Colonia Suiza que el curanto está listo y todos los visitantes saben que deben acercarse nuevamente al puesto del «Gringo» con los tickets que los acreditan, número a número, como propietarios de una de las porciones de ese día. Casi automáticamente, como si la comida se escapase, los comensales sacan sus cámaras o móviles para inmortalizar el momento, y palada a palada, los lugareños retiran la tierra que cubre la comida. Se invierte el proceso y, casi como si diésemos marcha atrás a ese tema que hemos puesto en bucle en nuestro mp3, se retira, manta a manta, cada uno de los obstáculos que separa a los presentes de su esperado plato.

Ya sobre la mesa, un batallón de manos se encarga de cortar y repartir de una manera robótica los trozos que corresponden a cada cliente: pollo, cerdo, vaca, chorizo, .. batata, patata y zanahoria, …salsa criolla y plan. Y empiezan los cantos: «Vamos con el reparto. ¿Quién tiene el uno?, ¿el dos?… ¿15?..una pausa impacienta a los más hambrientos. ¡Sale el 20, 21, 22…! Y así hasta la última porción.

Los cocineros se encargan de partir y dividir las porciones de curanto en Colonia Suiza.

Ya con la bandeja en las manos, el reto está en encontrar un huequecillo en el que sentarse en la plaza principal, repleta de mesas alargadas, y disfrutar, finalmente, del curanto.

Eso si, seguramente compartirás mesa con un par de invitados especiales y no siempre agradables: las abejas «carniceras». Sí, carniceras literal, porque estas abejas comen carne y se pelearán contigo por degustar el curanto. Una experiencia casi insólita si te toca, como a mi, verlas salir volando con uno de tus trozos de carne.

¡Buen provecho!

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